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Transición energética: El futuro ya llegó

Esta noticia es propiedad de: El Tiempo

El cambio hacia fuentes más limpias es una realidad y Colombia acelera en ese sentido.

El viernes pasado, tras una serie de sesiones a la baja, el precio internacional del petróleo volvió a apuntar hacia arriba, acercándose a los 65 dólares por barril en el caso de la variedad Brent.

Ese nivel refleja un incremento del 129 por ciento frente a los niveles de hace un año, cuando el mundo se asomaba al abismo por cuenta de la pandemia y los más grandes productores de hidrocarburos se mostraban los dientes.

Ahora parecería que las angustias en el sector quedaron atrás y que las cosas volvieron a ser como eran antes de la emergencia sanitaria.

Múltiples compañías comienzan a desempolvar los planes que quedaron en veremos por cuenta de un bajón cercano al nueve por ciento en la demanda de crudo durante el 2020. El incremento en el consumo se refleja en los precios de las acciones de los nombres más conocidos de la industria.

Sin embargo, quienes saben del asunto subrayan que es mejor no dejarse llevar por las apariencias, pues ese repunte podría ser de corta duración. Y es que a pesar de que el tropezón económico del año pasado descarriló muchos proyectos, hubo al menos un segmento en el que las cosas siguieron adelante: la transición energética.

El término describe el proceso de adopción de fuentes diferentes a los combustibles fósiles, tanto para generar electricidad como para la movilidad de personas y mercancías. De lo que se trata es de limitar la emisión de gases de efecto invernadero, que son responsables del calentamiento global, el cual es considerado como la peor amenaza que enfrenta la humanidad.

Basta recordar que, de acuerdo con los científicos, el escenario probable de un aumento considerable en las temperaturas del planeta amenaza con ocasionar el derretimiento de los casquetes polares o un cambio en el curso de las corrientes submarinas.

Las alteraciones de los patrones de lluvia y tiempo seco darían lugar a desastres naturales, hambrunas y escasez de agua, lo cual podría costar decenas de millones de vidas.

Entre las muchas voces que se han escuchado para decirles a los escépticos que el peligro es real está la de Bill Gates, cuyo más reciente libro, Cómo evitar un desastre climático, habla de soluciones que ya existen y de los avances que faltan. El panorama es de sombras y luces pues, aunque queda mucho por hacer, hay razones para pensar que las voces de alerta comienzan a tomarse en serio.

Así lo confirma el caso de Europa, que, por primera vez en su historia, generó en el 2020 más electricidad de fuentes renovables que de combustibles fósiles: 38 contra 37 por ciento. La razón principal es que los parques eólicos aportaron 9 por ciento más a la red, mientras que los de paneles solares contribuyeron con 15 por ciento adicional, de acuerdo con Ember y Agora, un par de entidades que siguen el tema.

El cálculo a escala global es que los gigavatios que se agregaron en esa misma categoría estuvieron por encima de los 200, una docena de veces la capacidad instalada de Colombia. Y las previsiones muestran que año tras año se romperán los récords previos, con lo cual, para comienzos de la próxima década, más de la mitad de la energía que se produzca en el mundo sería calificada como sostenible.

Semejante transformación bien puede calificarse de colosal. La firma Goldman Sachs calcula que el volumen de inversiones para este propósito ascenderá, en los próximos diez años, a 16 billones de dólares, una suma que equivale a tres cuartas partes el producto interno bruto de Estados Unidos.

El pronóstico comprende no solo lo que se haga para aprovechar la fuerza del viento o la radiación del sol, sino avanzar en el aprovechamiento de la geotermia, entre otras opciones para contar con energía limpia.

A lo anterior se agregan mejoras en redes de transmisión, construcciones más eficientes en el uso de electricidad, alumbrados de menor consumo, contadores inteligentes y aparatos domésticos más ahorradores.

Un capítulo aparte es lo relacionado con la movilidad. Todo indica que las ventas globales de carros eléctricos superarán las de aquellos movidos por gasolina en menos de quince años. Es previsible que para ese momento habrá camiones y buses con suficiente autonomía para operar durante horas, al igual que opciones viables en lo que respecta al transporte aéreo.

Profundizar en algunos avances depende de lo que suceda con las baterías, lo cual es clave no solo para los vehículos. Desarrollar maneras de almacenar en forma eficiente la electricidad generada durante el día o en las épocas de mucho viento haría todo más fácil para garantizar el suministro las 24 horas y precipitaría el declive de los combustibles fósiles.

No menos revolucionario sería que se logre perfeccionar métodos para capturar el dióxido de carbono que despiden las chimeneas industriales o hacer económicamente viable la masificación del hidrógeno, que es visto por algunos como el combustible del mañana. Es sabido que la electrólisis divide los átomos que componen el agua, pero esa no es aún una opción de bajo costo.

Incluso con las restricciones presentes, la tecnología ha progresado en forma sustancial. El costo de generar un kilovatio de fuentes renovables no convencionales es sustancialmente menor ahora que hace diez años y compite con lo que vale construir una planta térmica tradicional.

Eso quiere decir que los usuarios pagarán menos en los años que vienen por alumbrar sus casas. Otros podrán autogenerar y venderle excedentes al sistema, como hoy en día hacen millones de hogares en Alemania.

No obstante, continúa abierta la polémica sobre lo que ocurrirá en lo que sigue del siglo. Para comenzar, el planeta seguirá dependiendo del petróleo o el carbón para suplir sus necesidades, mientras que el gas natural –descrito como un combustible de transición– permanecerá como una opción válida por cuenta de su poder calórico y de ser mucho menos contaminante que los dos anteriores. Además, el apetito de los seres humanos por la energía está lejos de acabarse.

Gates sostiene que la demanda actual aumentará dos veces y media en los próximos 80 años, de la mano del alza en el nivel de ingreso, las mayores tasas de urbanización y el incremento en la población hasta unos diez mil millones de personas.

¿Y nosotros qué?

En medio de tales circunstancias, el país comenzó a jugar sus cartas bien. Tanto, que en el ámbito latinoamericano nos destacamos, junto con Uruguay, Chile y Costa Rica, como una de las naciones que más ha avanzado en esta materia –que contribuye con la recuperación de la economía–, en un lapso relativamente corto.

Y es que aparte de reformular políticas, hay avances muy importantes en el terreno. Así lo refleja el reporte ‘Transición energética: un legado para el presente y el futuro de Colombia’, que fue presentado por el Ministerio de Minas la semana pasada.

El texto es un completo compendio de logros claves que buscan “migrar hacia un sistema más competitivo, eficiente y resiliente”, según el titular de la cartera, Diego Mesa. Por ejemplo, para el 2022 casi un 12 por ciento de la capacidad instalada de generación eléctrica –equivalente a 2.400 megavatios– vendrá de fuentes renovables no convencionales. En 2018, esa proporción era apenas del uno por ciento.

No faltará quien se pregunte cuál era la necesidad de promover las fuentes renovables, cuando el sistema colombiano actual se apoya mayoritariamente en hidroeléctricas que no emiten gases contaminantes a la atmósfera. En respuesta, vale la pena recordar que la llegada periódica del fenómeno del Niño ha mostrado vulnerabilidades que se subsanan con opciones cuyo rendimiento es mayor en momentos de sequía.

A lo anterior se suman condiciones naturales especiales. Para citar un caso, en La Guajira el viento sopla con fuerza de manera casi permanente, mientras que en esa y otras áreas del territorio nacional hay luminosidad que garantiza un mayor rendimiento de los paneles solares.

Aparte de limitar los riesgos de un racionamiento, lo hecho hasta ahora –y lo que viene– es fundamental para que el país cumpla los compromisos asumidos en el marco del acuerdo de París sobre calentamiento global. La meta ahora es reducir las emisiones de carbono en 51 por ciento para 2030, algo que demanda acciones en múltiples frentes.

Lo dicho se complementa con los esfuerzos en lo que atañe a movilidad sostenible o a programas de eficiencia en el Caribe y San Andrés y Providencia. No hay duda de que superar la época oscura de Electricaribe ayuda mucho para mirar el porvenir con otros ojos, pero también es importante cerrar brechas injustificables.

En ese sentido, vale la pena destacar el propósito gubernamental de llevar el servicio de electricidad a cerca de medio millón de colombianos que todavía viven a oscuras. El plan Todos somos Pacífico, con el respaldo del BID, avanza en la conexión de cerca de 30.000 familias, lo cual incluye el uso de minirredes solares.

Seguir por esa senda demandaría una verdadera política de Estado, aislada de los vaivenes políticos. La hoja de ruta diseñada por una misión de transformación energética que entregó sus conclusiones en el 2019 será clave en los años por venir.
La razón es que el sector seguirá evolucionando.

Colombia, por ejemplo, deberá evaluar sus posibilidades en materia de geotermia o producción de hidrógeno ‘verde’, como también aprovechar su posición geográfica para convertirse en un proveedor de energía, tanto en el Caribe como en Centroamérica, más allá de las líneas de interconexión que existen con Venezuela y Ecuador.

Tampoco se pueden ignorar los desafíos. El descenso en las compras de carbón ya comenzó a tener consecuencias, como se vio con el cierre de la mina de Prodeco que dejó cesantes a miles de trabajadores en el Cesar. Cabe anotar que el país tiene planeado moverse hacia el concepto de neutralidad, es decir que lo que se exporta se compensa aquí, con lo cual la huella de carbono queda en cero.

En cuanto al petróleo, vale la pena explotar ahora un recurso que da lugar a empleo, exportaciones, impuestos y regalías, el cual perderá relevancia con el paso del tiempo.

De otro lado, hay oportunidades muy llamativas en cobre si, como lo sugieren los indicios, en el país se ubican yacimientos importantes de un mineral que es fundamental en el proceso de transición energética. Una adecuada extracción del recurso podría dejar réditos en múltiples áreas, comenzando con el desarrollo social.

Adicionalmente, el país debe pensar bien sus movimientos en lo que corresponde al gas natural, que es el combustible que usan diez millones de hogares para cocinar o medio millón de automóviles y buses para moverse. Al respecto, la experta Claudia Jiménez afirma que “esta es una solución que representa beneficios ambientales relacionados con la calidad del aire, con vehículos de menor costo y una infraestructura desarrollada y disponible a nivel nacional”.

En cualquier caso, el mensaje de fondo es que aquí se está hablando no de una perspectiva, sino de una realidad. Para Bernardo Vargas, presidente de ISA, “vamos en la dirección correcta, por lo cual es necesario continuar con temas normativos relacionados con almacenamiento, demanda distribuida y mecanismos de mercado, al tiempo que se regulan los plazos debido a la necesidad de hacer consultas y ajustarse a las exigencias ambientales”. Y agrega: “Contamos con una gran oportunidad y estamos comenzando a aprovecharla”.

Por ese motivo, se dice que Colombia tiene cómo ser parte de la solución y no del problema. Aparte de contribuir poco con el calentamiento global, el país se ha vuelto referente en el ámbito regional respecto a la necesidad de enfrentar bien un futuro que ya comenzó. Al menos en lo que a energía se refiere.

Fuente: El Tiempo

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